29 septiembre 2006

Pequeña Gran Historia


"Todos los hombres son como flores perdidas en el desierto. Pero cada tanto surge una flor que borra transitoriamente el desierto. Poco importa si esa presencia es o no humana. Los jardines y los desiertos no preguntan la filiación de sus brotes." Roberto Juarroz

La tierra giró para encontrarnos. Fue en un viaje a España hace dos años, pleno invierno, en un pueblo de Navarra llamado Tudela. Conocí una comunidad de gatos a los que encontraba siempre al anochecer alrededor de unos contenedores de basura. Empecé a llevarles comida, cada vez más seguido y a pesar de mi presupuesto. Eran varios gatos de distintos colores: grises, negros, atigrados y una familia de mezcla con siamés. Una de ellas, una gatita con mucho de siamés, empezó de a poco a acercarse a mí porque, como todo gato, no sólo buscaba comida sino también una mano cálida que le acaricie la cabeza, el lomo y su pancita un tanto flaca. Ella fue la única del grupo que se aventuró a buscar mi mano y así fue como empezamos a conocernos: cada día antes y después de la comida, una sesión enorme de mimos nos acercaba. Le hablaba con cariño y ella, Michelina, fue confiando más en mí. Hasta que un día, al terminar su comida, se acercó a mí, me miró y maullando empezó a caminar enérgicamente hacia la esquina, lugar desde donde se giró para esperarme. El resto de la comunidad gatuna también le siguió detrás. Yo seguí su paso firme sobre las calles antiguas y medievales de Tudela. Era casi de noche. La seguí durante unas cuadras hasta que llegamos a un terreno abandonado, cercado con alambre y arrinconado, allí se metieron los gatos, allí entró Michelina, y desde ese lugar me volvió a mirar y a maullar. A partir de ese día, casi nunca la encontraba en los contenedores de basura, la encontraba en ese aquel lugar tan especial que ella había decidido mostrarme. Me había regalado su secreto. Su refugio, su casa. Un acto de entrega y de confianza tan especial que recuerda lo hermosa que puede llegar a ser la vida compartida, con los “otros”.


Los días pasaron y llegó la hora de partir, de dejar Tudela y volver a mi Buenos Aires. Llegó la hora de la despedida. No me olvido. Era un día soleado, hermoso tal vez si no hubiera tenido que dejar a mi amiga. Llegué a su refugio y allí estaba esperándome, le di su comida y pasé largas horas acariciándola y llorando con ella bajo el sol de abril. Ella panza arriba no dejo de ronronear, ni aún cuando le dije adiós y caminé unos pasos para alejarme. Al partir prometí no darme vuelta pero no pude, giré y ahí la vi, sentada, mirándome con su carita tan linda. Supe que no la volvería a ver, que era una despedida para siempre. Y así fue. Volví al año siguiente a Tudela y la busqué en los contenedores de basura, en su refugio-casa y sólo encontré a algunos gatos conocidos de la comunidad, pero no a ella. Que tristeza no saber nunca que fue de Michelina. Nunca la olvidaré, gata hermosa, tengo su foto en mi habitación y cuando pienso en ella prefiero hacerlo con el convencimiento de que encontró a otra persona humana con la que compartir sus secretos y que ella a cambio le regaló su casa con un sillón enorme y mullido donde poder dormir. Un sillón donde deben dormir todos los gatos. Espero que esa haya sido su historia. A veces cuando pienso en Michelina no puedo contener alguna lágrima traviesa que insiste en salir y recordarme la incertidumbre de la vida pero también la intensidad de los encuentros y del azar que los hace posibles. Todo encuentro vale la pena, sea con quien sea. Cuanta saudade dejó en mí. Creo que a partir de ciertos momentos, de alguna manera, nos empezamos a convertir en despedida porque nunca nos deja de pegar la ausencia de aquellos con los que nos dijimos adiós. Tristes despedidas. Adiós Michelina. Adiós.

6 comentarios:

escorpiaotinhoso dijo...

Que linda gata. Tenho um encantamento especial por gatas e tenho-me cruzado com muitas, todas lindas. Também gosto de gatos, mas as gatas são superiores - na minha opinião - como acontece quase sempre quando se vê o mundo no feminino.
As fotografias e a tua história com a Michelina comoveram-me. Há de facto momentos na vida que ficam para sempre. E não têm de ser partilhados só com gente. Há gatas do tamanho do universo...

Gatopardo

Amandi82 dijo...

precioso :)

Anónimo dijo...

Fizeste-me chorar.
Onde estará agora a Michelina? Só desejo que ela tenha tido sorte na vida...

Gatos y Garabatos dijo...

Gatopardo,

Muy lindo que te haya conmovido la historia de Michelina, gracias por tus palabras, gracias por el link. Para mí es una historia muy especial, pienso mucho en ella. Y es verdad lo que decís de las gatas, las felinas tienen un encanto muy especial. Mi gata Gala con la que ya llevo compartidos 8 años me lo demuestra día a día. Ella tiene el tamaño del universo. Contales un secreto a los gatos de allí: Lisboa tiene el tamaño de mis sueños... ojalá pronto pueda volver. Desde este rincón del mundo, los gatos del Río de la Plata y yo, te saludamos calurosamente.

Gatos y Garabatos dijo...

Amandi82,

Hay historias inolvidables :)
Un beso!

Gatos y Garabatos dijo...

Rodrigues,

Cuando escribí mi historia con Michelina también lloré mucho. Sabés? a veces siento culpa por haberla dejado y no intentar traerla conmigo a Buenos Aires. Sólo deseo que ella esté bien y que sea feliz, que esa haya sido su historia... Besos desde el Río de La Plata